Depresión silenciosa

Por: Susana Dumit Garciarreal

En mi experiencia estuve en depresión durante años sin darme cuenta, por las necesidades de mi primer hijo tomé la decisión de quedarme en casa con él, dejé de trabajar y de crecer de manera profesional.

Me encantaba observarlo, si movía el dedo, si se quedaba viendo algún juguete, si sonreía, observaba como desde pequeño estaba conectado al ambiente y yo le digo que le encanta el chisme, juega mucho a que se te queda viendo y su mirada penetrante te hace voltear a verlo y cuando se cruzan las miradas se voltea para otro lado y después se ríe. Hasta la fecha me encanta tener la oportunidad de poder verlo despertar, porque para mí es un ritual de mis mañanas, un nuevo amanecer.

Sin embargo, sin darme cuenta me sumergí en una burbuja donde estábamos mi hijo y yo, no cabía nadie más, mientras estuviéramos él y yo el mundo podía seguir girando. No sentía la pesadez de tenerme que quedar en casa y no salir con mis amigas, a comidas o fiestas, para mí no implicaba un sacrificio, simplemente lo tomé como un modo de vida (el cual no digo que sea sano). Dejé a un lado mi cansancio, normalicé no dormir noches completas, salir para ir a terapia y de ahí a casa de mis papás o a mi casa, o de visita a los doctores. Hoy por hoy me recuerdo como que vivía en automático, que por supuesto disfrutaba cada cosa que hiciera, festejaba los días que no convulsionaba, me encanta tenerlo cargado (aunque esté todo chueco) sintiendo su respiración y su calma. Pero dejé de voltearme a ver y de pronto pasaron 6 años.

Cuando nace mi otro pequeño, mi niño arcoíris, fue quien me hizo voltear a ver el mundo real en el que estaba viviendo. Con esto no quiero decir que no disfruté la lactancia, verlo crecer, sus primeras palabras, pasos, pero al mismo tiempo me di cuenta de las enormes diferencias entre un hijo y otro, no en manera de comparación en el aspecto de por qué uno sí y el otro no… la maternidad entre uno y otro fue diferentemente disfrutable y enriquecedora.

Pero en un momento llegó la depresión en mí, de una manera tan sutil y silenciosa que no me daba cuenta, simplemente me sentía cansada todo el tiempo, las cosas se me olvidaban, me sentía desmotivada, con mucha ansiedad, comencé con vitíligo y todos los síntomas fueron aumentando. Yo recuerdo decirle a mi tanatóloga que no conocía la depresión hasta que fui diagnosticada y me di cuenta de lo que realmente me estaba pasando. Por experiencia de una persona que vive con depresión y ansiedad les comparto que me dio mucho miedo el escuchar palabras como ansiolíticos, antidepresivos, psiquiatra, porque crecemos con un tabú sobre ir al psicólogo y a un psiquiatra porque “no estamos locos”, pero si realmente ves a la depresión como una enfermedad (que lo es) tiene un tratamiento, como cuando tienes infección en garganta , debes de tomar medicamento para curarte, y es de esa manera en la que tuve que cambiar el chip para entender que tomar “chochos” y acudir a terapia iba a ser el camino para sentirme mejor. Cuando haces las cosas a consciencia puedes detectar, aceptar y corregir.

Por eso hoy los invito a entender más sobre este tema, leer más sobre la depresión, porque los familiares y amigos (que lo hacen con amor) sin querer pueden meter más presión con frases: haz ejercicio, trata de calmarte, ve las cosas más positivas, come bien, ánimo.  Mejor sean una red de apoyo y contención, con amor y paciencia, pero sin victimizar a la persona.

“Recuerda que algunas veces los milagros, son personas”

Si deseas compartirme tus experiencias o tienes alguna pregunta escríbeme al correo susanadg@aperturaintelectual.com y con gusto te responderé.

Sigue Apertura Intelectual en todas nuestras redes:

Te invitamos a que califiques esta información.

ENTRADAS RELACIONADAS

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.