Ignacio Manuel Altamirano

POR: THELMA MORALES GARCÍA

Mariano Arizcorreta gobernador del Estado de México en 1849, había decretado que cada municipalidad debía enviar al Instituto Literario de Toluca un alumno, pagando de sus fondos 16 pesos mensuales para alimentos, vestido, calzado, ropa limpia y libros y que serían los propios ayuntamientos quienes seleccionarían de entre los jóvenes más pobres mayores de 12 años que supieran leer y escribir, además de demostrar habilidades mentales.

Gracias a este Decreto Número 112, muchos jóvenes de escasos recursos tuvieron la oportunidad de acceder a niveles superiores de estudio. Uno de esos jóvenes era Ignacio Manuel Altamirano nacido en Tixtla, que en aquellos tiempos este municipio estaba integrado a la división política del Estado de México; en la actualidad pertenecen al Estado de Guerrero.

Sus padres se llamaban Francisco Altamirano y Gertrudis Basílio, indígenas puros de la región del sur; sin duda alguna su condición de indígena y la pobreza de su cuna forjaron en el niño Ignacio un carácter recio y reservado, ello nos lo comprueban sus propias palabras cuando decía: “…yo soy hijo de las montañas del sur, y desciendo de aquellos hombres de hierro que han preferido siempre comer raíces y vivir entre las fieras a inclinar su frente ante los tiranos y a dar un abrazo a los traidores.”

Al ser seleccionado por su ayuntamiento para ingresar al Instituto Literario en Toluca y en compañía de su padre salieron un 10 de mayo de 1849 de su población rumbo a la capital del estado, recorriendo el camino de herradura que les conduciría al Valle de Matlatzinco y que pasaba por Mezcala, Tepecoacuilco, Puente de Ixtla, Cuernavaca, Malinalco, Joquicingo y Tenango del Valle, arribando a Toluca seis días después.

La llegada de Altamirano fue descrita por él años más tarde: “…Apacible, triste, solitaria, aunque de apariencia antigua y respetable.” Pero recordemos lo que sucedió el 17 de mayo de 1949 cuando cansados su padre y él llegaron al Instituto: “Era yo un niño pobre, desnudo, descalzo, que hablaba el mexicano mejor que el español, y cuando en la escuela de mi pueblo me aprendí cuanto aquel maestro enseñaba, éste me tomó de la mano, me llevó con mi padre y le dijo: ya no tengo nada que enseñar a este muchacho; llévelo usted con esta carta mía con el Director del Instituto Literario de Toluca, para que allí le ponga condiciones de hacer carrera y así conquiste el porvenir que merece. Mi padre muy agradecido, tomó la carta, puso en su huacal algunas tortillas gordas y unos quesos frescos, y a la mañana siguiente al despuntar el alba, se echó el huacal a la espalda, cogió su báculo, me tomó de la mano y salió conmigo de Tixtla para caminar a pie hasta Toluca.”

Continúa la narración “El viaje fue fatigoso por que el suelo del Sur es muy quebrado y el sol muy ardiente, dormíamos a campo raso y bebíamos agua en los arroyos que encontrábamos en el camino. Excuso decir que llegamos a Toluca rendidos a las cuatro de una tarde nebulosa y fría. Para no perder tiempo, mi padre se fue conmigo al Instituto y buscó a D. Francisco Modesto Olaguibel, que era el Rector, o en su ausencia, al Lic. Ignacio Ramírez, que era el Vicerrector y lo sustituía muy a menudo. Ni uno ni otro estaban en el Instituto y mi padre se encontró con un caballero que estaba empleado en la Secretaría. Mi padre en el colmo de la fatiga, se sentó en una silla, indicándome que yo a sus pies me sentara en la alfombra. Cuando este caballero nos vio, miró con profundo desprecio a mi pobre padre, y le dijo con orgullo: Vete con tu muchacho al corredor, porque aquí no se sientan los indios.”

Ese recuerdo de su niñez le quedaría muy grabado, porque ya siendo un reconocido abogado devolvió con esa misma moneda al que tan duramente trato a su padre. Dejó profunda huella con sus enseñanzas y ejemplo de vida, una vida que se mira muy lejana para nuestros días; actualmente cientos de escuelas en el país llevan su nombre, desde las más humildes, enclavadas en las comunidades de nuestra tierra, hasta las de las principales ciudades.

Tal vez esa lejanía ha provocado confusión en la fecha de su nacimiento, pues hace poco adquirí un libro facsimilar titulado: “Liberales Ilustres Mexicanos” el cual fue publicado en la última década del siglo XIX, en él, aparecen las biografías de los héroes de la guerra de Reforma y de la Intervención; entre ellos Ignacio Manuel Altamirano, su biografía está escrita por uno de sus discípulos que lo conoció en vida y que tanto lo admiró, me refiero a Luis González Obregón, quien realizó un viaje hasta Tixtla, Guerrero, para buscar su acta de nacimiento, la cual cita en el documento y establece como 12 de diciembre la fecha real de su nacimiento, en las demás biografías conocidas de este gran personaje la fecha que se maneja es el 13 de noviembre de 1834.

De sus obras literarias encontramos sus poesías “Rimas”; sus novelas “Julia”, “Clemencia”, “La Navidad en las Montañas” y “El Zarco”; sus Prólogos; sus biografías de “Hidalgo, el Filósofo de la Independencia”; y la de “Ignacio Ramírez, el Libertar de la Reforma”; sus Revistas Literarias, sus “Paisajes y leyendas” e innumerables artículos y discursos que sin duda seguirán mostrando la grandeza de este liberal mexicano.

“…yo soy hijo de las montañas del sur, y desciendo de aquellos hombres de hierro que han preferido siempre comer raíces y vivir entre las fieras a inclinar su frente ante los tiranos y a dar un abrazo a los traidores.”

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