Museo de esperpentos

POR: THELMA MORALES GARCÍA

Josué Mirlo representa la voz del poeta nacido en Capulhuac, municipio que me recuerda la infancia, pero en especial el poema que nos recibe a la entrada del caserío: “Pueblo mío, tan triste y tan huraño…”; sin embargo, de su producción poética, llama mi atención “Museo de Esperpentos” publicado en 1964; en primer lugar, porque el título representa una temática por sí mismo y nos hace reflexionar sobre el momento por el que estaba pasando el poeta.

Un museo es un espacio dedicado a la conservación, exposición o estudio de objetos de valor relacionados con la ciencia y el arte o de piezas artísticas que son importantes en el aspecto cultural para el desarrollo del ser humano. En este caso, el poeta lo retoma como un espacio donde mostrar sus penas y amarguras por la ceguera que padece y que le ha hecho perder las imágenes bucólicas de su pueblo “tan triste y tan huraño”.

Es por ello, que en el pórtico de la entrada nos advierte una lápida: “Visitante, en cada uno de mis esperpentos que exhibo en este museo he puesto a guisa de corazón una lágrima de mis ojos muertos a la luz. Por esto no conocen la risa sino el llanto…”

La palabra esperpento nos proporciona otra clave para entender al poeta, de acuerdo con la definición, es un género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, que sistemáticamente va deformando la realidad, mostrando sus rasgos grotescos y absurdos.

La pérdida de la visión en Josué Mirlo, representa una tragedia fundamentalmente porque es un escritor y la vista es parte de su instrumento para poder escribir, otro ejemplo es Jorge Luis Borges, quien sabía que heredaría la ceguera de su padre y tuvo tiempo de irse preparando para lo irremediable, pues se cuenta que cuando era profesor unos estudiantes incitaban a la huelga y llegaron al aula donde Borges impartía su clase pidiéndole que se sumara con ellos, al negarse le amenazaron con apagar la luz y Borges les respondió: “Adelante, llevo toda la vida preparándome para la oscuridad.”

Ignoro si gradualmente Mirlo fue perdiendo la visión, pero al leer “Museo de esperpentos”, parece que más bien trató de extraer su dolor a través de la poesía, pues eso mismo hizo Borges cuando se refería a su enfermedad: “Esas cosas nos fueron dadas para que las trasmutemos, para que hagamos de las miserables circunstancias de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo.”

La ironía es parte de su condición de escritores, pues ambos se quedaron ciegos y nuevamente pensamos en Valle-Inclán: “el esperpento es irónico a la par de trágico.”

Pero esta tragedia pertenece al propio museo del alma de Mirlo, y nos conduce a través de las Galerías que lo conforman, dentro existen pasadizos que nos van introduciendo a cada Galería. La número uno tiene dos casilleros, en el primero encontramos una metáfora sobre la ceguera: “Ni un coágulo de luz/ como velero/ por mis oscuras/ pupilas navegaba.”

En la Galería número dos encontramos, que el silencio al que el poeta ya sin luz en la mirada manifiesta en el momento que hace una introspección de su propio pensamiento: “Heme aquí en mi silencio/ curvado bajo el peso/ de mi desgracia/ que me hace/ en el áspero/ camino de la vida/ ¡una interrogación!…/ Nada veo que no sea/ mi propio dolor/ como horizonte.”

Un pasadizo nos conduce a la Galería número dos, ahí se localiza el tercer casillero, donde la imagen de la muerte se hace presente al recordar lo que se ha perdido, y nos recuerda el infierno de Dante cuando el dolor causado por la muerte de su amada hace que vaya en su búsqueda, en el caso de Mirlo su anhelo por reencontrarse con el ser querido “hasta en las mismas tenebrosas comarcas de la muerte”, donde ella espera el próximo viaje a su estrella, entonces la encuentra para confesarle que: “Y cuando esté contigo he de mirar tus ojos/ que mis ojos físicos/ no vieron.”

En el Casillero número cuatro se encuentra el poeta con la última novia bien amada: La muerte a quien imagina “Tú venías de la noche / repicando blancura / ¡como un albor sonámbulo!…”

La Galería número tres nos muestra toda la rabia y dolor que del alma sale y en el casillero número cinco encontramos el reclamo que hace el poeta a su propio destino: “¡Vida, estúpida vida, te arrojamos al rostro/ como un escupitajo/ nuestro insulto!…/ ¡Eres perversa y cruel!… Y a pesar de todos/ tus afeites/ ¡trasciendes a letrina y a sudor de loba/ siempre en brama!…”

Las sombras lo acompañaron en sus últimos años de vida, y precisamente a la sombra le dedica el casillero número seis, donde los recuerdos y la añoranza de la luz en sus ojos se vuelve un sueño que parece no apartarse de sus pensamientos: “Negra frenética/ que vienes/ hasta el oscuro lecho/ en que me tienes/ a que yo te provoque/ -al paroxismo-/ tus estertores lúbricos/ de histérica.”

También la sordera se hizo presente en estos años, así es que tuvo que lidiar con ambos males, la pérdida total de dos sentidos fundamentales para su escritura, y se muestran versos desgarradores cuando nos comparte sus sentimientos más profundos: “He de poner/ -para tu azoro-/ la luz en el sonido/ y el sonido en la luz,/ para dar vida/ en mi paraíso/ del recuerdo:/ a un mundo de sueños!…/ ¡Sueños mundos/ de otro universo ideal/ con el que sueño!…”

En este espacio de su museo interior nos encontramos una voz de resignación donde parece convencerse así mismo: “No temo ya/ tus torpes artimañas./ ¡Ya soy/ fuerte!/ Estoy/ en el vértice/ del verbo/ ¡¡¡soñando mi universo!!!…

Finalmente aparece el Casillero siete, ahí ha vencido el dolor y el alma abandona su propio cuerpo, y se eleva a un espacio onírico donde su imaginación se muestra triunfante ante la pérdida física de sus ojos y oído y mientras sueña cae la venda de la oscuridad: “La sombra se despega/ de mí/ y un diáfano vigor/ se enciende en mi cerebro/ ¡y a una serena vida/ superior/ abro los ojos!…”

Del primer triunfo poético en 1922 al “Museo de esperpentos” son poco más de cuarenta años transcurridos, entonces encontramos a un Josué viejo y enfermo, pero con su voz poética más viva que nunca y no dudo en afirmar como en su momento lo hizo uno de sus contemporáneos, que se le debe considerar un gran poeta por la extraordinaria calidad de sus versos.

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