
POR: THELMA MORALES GARCÍA
La entrevista, así como otros géneros periodísticos sirven para tener información sobre un personaje que destaca en una determinada especialidad, difundiendo hallazgos, creaciones o descubrimientos. Así como la novela puede tener un alto contenido de realidad siendo una obra literaria, la entrevista puede ser también literaria y cultural.
Se dice que el valor de una entrevista se mide por la calidad o importancia de la persona, sin embargo, ese valor desaparece cuando no se sabe preguntar, para ello hay que prepararse escudriñando la vida y obra del personaje en cuestión, para que cuando se le entreviste sepa uno qué preguntarle.
Alfredo Cardona (1917-1995), fue gran poeta y gracias a ello tuvo la oportunidad de desenvolverse en el medio cultural mexicano cuando llegó a nuestro país en 1938. Lo cito aquí porque nos refiere que: “La entrevista consiste en saber callar para que otros hablen, pero es también un arte: el arte de la síntesis y de la interpretación psicológica. Debemos escoger muy bien las preguntas, ponerlas como tablones movedizos frente al interlocutor, a fin de que éste resbale y caiga, y cayendo nos desprenda algunos de sus secretos profesionales.”
Tomo este ejemplo para hablar de Anatole France, considerado el mejor escritor francés de finales del siglo XIX y principios del XX, cuyas obras destacan por su gran conciencia social; quien fallece un 12 de octubre de 1924, exactamente hace 100 años, no dudo que en Francia se le realizarán algunos homenajes conmemorativos, pero hablaré de él gracias a la cercanía que tuvo con él, Marcel Le Goff quien por espacio de casi 10 años, entabló múltiples conversaciones que, después del fallecimiento de France, publicó en el libro “Anatole France en La Bechellerie, palabras y recuerdos, 1914-1924”.
Se entretenía mucho en La Béchellerie (antigua casa señorial), pues fue remodelada para que pasara allí sus días durante la Primera Guerra Mundial, pero Le Goff refiere que el maestro France le tomó cariño, se quedó allí y murió en esa casa que tanto amaba. Según sus deseos, permanecía abierta a todos los visitantes que deseaban conocerlo y obtener de él una dedicatoria. “Me vienen a ver como un monumento, después de la Catedral y antes de la Torre Carlomagno. Soy una de las curiosidades de la ciudad”, afirmó France, quien al principio encontró muy divertidas estas visitas.
France le confesaría a Le Goff “entre mis libros habituales tengo todas las ediciones de Racine. Es mi poeta favorito. Todavía lo leo y me lo sé casi de memoria. Por la noche, cuando no puedo dormir, me recito los pasajes que prefiero.”
Cuenta Le Goff que lo que más admiraba de Anatole France era su prodigiosa memoria; “sabía infinitas cosas, podía con una ligereza, un arte propio, esmaltar, iluminar, deleitar toda su conversación. El señor France era un conversador exquisito e incomparable, aunque no elocuente; al contrario, hablaba con cierto embarazo, con cierta dificultad, y sus frases estaban frecuentemente salpicadas de: sí, ¿no? ¡ey! bien.”
«La característica de la conversación del señor France era dar novedades inesperadas e insospechadas a los temas más o menos importantes. Ilustraba sus relatos con ejemplos escogidos de la historia, y su conversación, tan ligera y tan profunda, encantaba a quienes en el fondo no pensaban como él.”
En 1921, recibiría dos grandes regalos de la vida, el primero, a su único nieto Lucien y el segundo, el Premio Nobel de Literatura. Tras la muerte de su yerno Michel Psichari en 1917, de su hija Suzanne en 1918 y de su primera esposa Valérie en 1921, acogió a su nieto Lucien Psichari, que entonces tenía 13 años, y lo trasladó a La Béchellerie; lo matriculó en el instituto Descartes. Lucien Psichari era entonces un joven rubio, esbelto y encantador. Se parecía un poco al señor France, como él tenía una cara alargada y su nariz recordaba a la de su abuelo.
Le Goff cuenta como se enorgullecía France de su nieto, lo amaba mucho y recordaba aquella vez que el maestro en tono alegre le dijo: Recientemente fue invitado a tomar un refrigerio por el director de la escuela secundaria, y cuando lo felicité por sus altas conexiones, respondió guiñándome un ojo con una mirada traviesa: “No te burles, abuelo, sabes muy bien que Es por ti que estoy invitado. Un director no invita a un colegial de mi edad.”
Fue Lucien Psichari a la muerte de Anatole France, quien heredó La Béchellerie y la cuidó mucho. Recordaba las palabras de su abuelo dichas al escritor Henri Massis: “No he encontrado un lugar que se adapte mejor al clima de mi corazón.”
Entre sus obras destacan: «La isla de los pingüinos» (1908), sátira de la historia de Francia; «La vida de Juana de Arco» (1908) y los relatos Clio (1899), «Las siete mujeres de Barba Azul» (1909), «Los dioses tienen sed» (1912).
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