El eco de la arena: historia íntima del anfiteatro romano

25 DE NOVIEMBRE DE 2025 El eco de la arena: historia íntima del anfiteatro romano

POR: VÍCTOR MANUEL REYES FERRIZ

En nuestro andar dentro de las aulas escolares, en pláticas con compañeros de trabajo o bien, gracias a distintos programas o series en plataformas digitales, hemos escuchado, al menos, de la importancia, opulencia y fiereza de uno de los imperios más prolijos de todos los tiempos, el romano, y es que, como todo imperio en la historia de la humanidad, tuvo un momento cumbre antes de sucumbir y éste, en gran medida estuvo rodeado de un elemento arquitectónico sin igual; el Coliseo.

La Roma del 80 a. C. vivía un momento de transición profunda, la forma de gobierno republicana tambaleaba entre la ambición de sus generales y el agotamiento de un sistema que ya no podía contener las fuerzas que éste mismo había liberado; por su parte, el dictador Lucio Cornelio Sila Félix había dejado una estela de proscripciones; Cneo Pompeyo ascendía como figura diplomática y militar y, Cayo Julio César comenzaba su trayectoria hacia el poder. En ese contexto convulso, Roma era una ciudad desigual, masiva y muy ruidosa; empero, también una máquina urbanística en constante expansión. Su arquitectura civil —termas, foros, teatros— reflejaba tanto la aspiración de grandeza como la necesidad de cohesión social.

En las ciudades de la ahora Italia, esos ideales también prendían y un ejemplo claro fue Pompeya, una próspera urbe campana que adoptó pronto una innovación arquitectónica que transformaría para siempre el paisaje urbano romano: el anfiteatro. Hacia el 70 a. C., la ciudad construyó una estructura monumental dedicada exclusivamente a los espectáculos público-rituales: luchas entre gladiadores, cacerías de fieras, demostraciones de poder cívico. Ese anfiteatro —uno de los más antiguos en piedra— revelaba ya, la importancia que el mundo romano otorgaba a este tipo de ocio político.

Pero el destino guardaba a Pompeya un giro brutal. En el año 79 probablemente la noche del 24 de agosto, el Vesubio explotó con una violencia que la literatura tardó siglos en volver a describir con precisión. Ciudad y anfiteatro quedaron sepultados bajo capas de ceniza y piedra pómez. Paradójicamente, aquella catástrofe fue la culpable y a la vez la guardiana de preservar para la historia, el primer gran ejemplo del anfiteatro romano, congelado en el tiempo como una cápsula de civilización.

Mientras Pompeya quedaba sepultada, Roma se encontraba inmersa en otro proceso monumental: la construcción del edificio que se convertiría en el símbolo arquitectónico del Imperio.

Según diferentes fuentes, todo parece indicar que corría el año 72 cuando el emperador Flavio Vespasiano, fundador de la dinastía Flavia, ordenó iniciar la obra que redefiniría el paisaje urbano romano: el Anfiteatro Flavio, conocido a la postre como Coliseo, y es que esta construcción no fue una decisión inocente, ya que, el terreno elegido pertenecía a la antigua Domus Aurea de Nerón, el opulento palacio privado del emperador más odiado del siglo I, así que, construir ahí un edificio destinado completamente para el pueblo era un acto de propaganda, algo así como “devolver a Roma lo que Nerón se había apropiado” y recordarles a sus ciudadanos que la nueva dinastía gobernaba para las masas, no para sí misma.

Tras siete años de obras, en el año 80, es el emperador Tito, hijo y sucesor de Vespasiano, quien inauguró el Coliseo con nada más y nada menos que 100 días de celebración de juegos, donde se presentaron combates de gladiadores, ejecuciones públicas, batallas simuladas y exhibiciones animales. Las fuentes antiguas describen el esplendor de aquellas jornadas como uno de los momentos más fastuosos de la historia de Roma. Cabe mencionar que, éste emperador tuvo un periodo sumamente corto como tal, ya que ascendió al poder en el año 79 y murió tan solo dos años después a la corta edad de 41 años, por lo tanto, aunque su mandato no pudo alcanzar grandeza por lo corto que fue, resulta que es el eslabón más valioso para lo que vendría gracias a ese maravilloso “circo romano”.

El Coliseo fue una hazaña técnica, su estructura elíptica podía albergar entre 50,000 y 70,000 espectadores, organizados por clase social desde el podio senatorial hasta las gradas superiores reservadas para mujeres y no ciudadanos. Su sistema de bóvedas radiales permitía el flujo simultáneo de miles de personas; sus vomitorias (grandes puertas en teatros o circos) garantizaban que aquella majestuosa edificación pudiera vaciarse en minutos; empero. tal vez lo más impresionante era su ingeniería hidráulica, la cual, gracias a sistemas de canales subterráneos y mecanismos escénicos, el Coliseo podía inundar la arena para recrear batallas navales —las famosas naumaquias— que llevaban a Roma ecos del Mediterráneo conquistado. Aunque estas representaciones fueron ocasionales, su sola posibilidad convertía el anfiteatro en una maquinaria escénica sin precedentes.

La arena también vio pasar gladiadores legendarios. Figuras como Carpóforo, Flamma o Spiculus, celebrados por su técnica y coraje, se convirtieron en auténticos ídolos populares y en un testimonio notable sobre la complejidad social del Imperio, las fuentes documentan la participación de gladiadoras desde el siglo I, mujeres que combatían con armamento ligero en espectáculos excepcionales que fascinaban y escandalizaban a la vez.

Con el tiempo, la historia avanzó más rápido que la arena. Las crisis del siglo III, los cambios económicos y, más tarde, la expansión del cristianismo fueron orillando el espectáculo gladiatorio hacia la periferia cultural, y ya para la Antigüedad tardía, los juegos habían menguado, y el edificio comenzó un lento deterioro. Terremotos, incendios y saqueos lo convirtieron en cantera, fortaleza y ruina romántica; sin embargo, el Coliseo nunca perdió su aura, y fue en 1980 cuando la UNESCO en su cuarta sesión del Comité de Patrimonio Cultural, en el punto 91, declaró el Centro Histórico de Roma que comprende tanto la Santa Sede como el propio Coliseo, como Patrimonio de la Humanidad, reconociendo su valor universal excepcional.

Décadas después, en el año 2007, el Coliseo volvió a ocupar el centro de la conversación global cuando la iniciativa privada New7Wonders lo eligió como una de las nuevas maravillas del mundo moderno. Aquella votación —polémica para muchos historiadores— incrementó notablemente su visibilidad internacional y atrajo un aumento significativo de visitantes; empero, ese auge no fue gratuito: la afluencia turística obligó a intensificar planes de conservación, restauración y mantenimiento estructural, que hoy requieren inversiones que son una combinación de recursos públicos, privados y los propios ingresos de la venta de entradas al recinto; de hecho, a manera sólo de ejemplo, en el 2011 la restauración tuvo un costo de 25 millones de euros y por lo que corresponde a información detallada del costo anual, el gobierno tanto de la ciudad como del estado italiano, no lo desagregan y únicamente se encuentra englobado como “gestión de monumentos”; de tal manera que, la limpieza de la piedra travertino, la consolidación de muros afectados por el tráfico urbano, y la tensión entre acceso público y preservación científica forman parte de los desafíos permanentes de una de las estructuras más emblemáticas del mundo.

Finalmente, lo que comenzó como propaganda dinástica en el siglo I se ha convertido en un recordatorio universal de la capacidad humana para crear y preservar monumentos que desafían el tiempo, así como, un recordatorio perenne de la importancia de la civilización romana en nuestra historia mundial.

DATO CULTURAL.

Un día como hoy en 1562 nacía en Madrid, España, el dramaturgo, escritor, poeta y sacerdote Félix Lope de Vega Carpio, quien es considerado uno de los literatos más importantes del denominado “Siglo de Oro” español y cuya obra es una de las más prolíficas del mundo. Entre sus mayores obras encontramos “El caballero de Olmedo” (1625), “Peribáñez y el comendador de Ocaña” (1614) y por supuesto su obra cumbre “Fuenteovejuna” (1619), en 1956, en Veracruz, México, zarpa la embarcación “Granma” que traslada a 82 guerrilleros pertenecientes al “Movimiento 26 de julio” con la finalidad de iniciar la Revolución Cubana; dentro de estos tripulantes se encontraban Fidel Castro Ruz, su hermano Raúl, Camilo Cienfuegos y el líder rosarino Ernesto “Che” Guevara, en 2020 fallecía en Buenos Aires, Argentina, una de las leyendas del fútbol mundial, Diego Armando Maradona Franco “El Pelusa”, “D10S” o el “Pibe de Oro” como fue conocido, quien es considerado entre el número 1 o 2 del mundo en la historia del deporte de la pelota. Su palmarés se conforma de 4 participaciones en Copas Mundiales siendo campeón en México ’86, ganador de la Supercopa de Italia y una de España, una Copa UEFA, una Copa del Rey, entre muchos otros logros.

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