POR: THELMA MORALES GARCÍA
Al paso del tiempo muchas personas llegan a marcarnos profundamente, en mi caso Otto-Raúl González fue mi maestro en el tema literario, pues me daba consejos sobre las formas poéticas, en especial del soneto, mi favorita por la musicalidad que hay en los versos.
Cuando lo conocí en la presentación de la reedición de su libro “Diez colores nuevos”, en un auditorio del municipio de Naucalpan, Estado de México, me impresionó con su extraordinaria creatividad literaria, había creado diez colores nuevos. El que más me gustó y hoy es mi favorito, es el “Anadrio”, el color de la alegría y de la buena suerte, que al ser una invención ha sido motivo de conversaciones en torno a la definición de este.
Por ello en “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino encuentro un paralelismo en el inventar a través de la literatura nuevas percepciones sobre el comportamiento humano en las ciudades, mostrando estados de ánimo. El libro está compuesto por relatos de viaje que hace Marco Polo (aquel reconocido viajero italiano) al emperador de los mongoles Kublai Jan, por ciudades imaginarias que están conectadas por temas y motivos recurrentes.
Gracias a la publicación de una entrevista inédita hasta ese momento y realizada al autor en agosto de 1982, en el complejo residencial de Roccamare, en la costa toscana, al norte de Grosseto, Italia y traducida al español y dada a conocer por La Jornada en enero de 2024, podemos saber sobre su proceso creativo en esta novela.
“Así en los últimos años llevé conmigo este libro de las ciudades, escribiendo de vez en cuando, fragmentariamente, pasando por fases diferentes. Durante un período se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro sólo ciudades alegres; hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos”, nos dice Calvino.
Las entrevistas realizadas a los escritores siempre son reveladoras, pues también se le pregunta que pone de sí mismo en lo que escribe y nos dice: “pongo mi razón, mi voluntad, mi gusto, la cultura a la que pertenezco, pero, al mismo tiempo, no puedo controlar, digamos, mi neurosis o lo que podríamos llamar delirio.”
Recuerdo haber leído el libro “Las Ciudades Invisibles” en la universidad, en aquél entonces poco entendí, por lo laberíntico de las descripciones que hacía, recientemente lo he vuelto a leer y me parece un libro muy revelador porque es tan actual como cuando se escribió, pues nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida y cómo estamos interconectados con la sociedad en la que vivimos.
La primera edición fue publicada en noviembre de 1972 por la editorial Einaudi de Turín, Italia, era una época en la que este país pasaba por una crisis de inestabilidad política y social, aunada al movimiento estudiantil que en 1968 había realizado múltiples protestas contra los regímenes autoritarios en los que vivían y también contra el militarismo.
“Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.”
En ese contexto Calvino escribe su novela “Las ciudades invisibles”, donde cada ciudad es descrita detalladamente, mostrando cómo la humanidad es tan compleja y multifacética y cómo cada persona experimenta su propia versión de la existencia misma.
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