
POR: THELMA MORALES GARCÍA
Cuántas veces nos hemos preguntado, si verdaderamente nos place hacer nuestro trabajo. Esta reflexión me la hice cuando leí un artículo del español Javier Gomá sobre la vocación literaria, pues el mismo se preguntó por qué algunas personas dedican las mejores horas del día, los mejores días del año y los mejores años de su vida a producir lo que nadie les ha pedido, sin buscar como motivación principal el éxito social o la fama o el enriquecimiento económico.
Muchos pintores, escritores, compositores artistas y pensadores han invocado la vocación para referir su gusto y placer por lo que hacen; pero para quienes somos simples mortales esa vocación dónde queda.
Si buscamos en cualquier diccionario reciente, cuál es la definición de amateur, es la persona que practica una actividad, generalmente artística o deportiva, por placer y sin recibir dinero a cambio. Pero si buscamos la raíz de la palabra encontramos que proviene del francés amateur utilizada desde el siglo XV de manera popular como amor, que deriva del latín amator que significa el que ama. Es decir que Amateur es en realidad el que ama lo que hace.
Por ello nos dice Gomá “…para quien conoce la fuerza de la auténtica vocación, resulte tan incomprensible que algunos escritores, como Borges, presuman de los libros que han leído por encima de los que han escrito. No: el mundo estimará en más o en menos la obra producida, pero al autor le va la vida en su obra, si de verdad a sabido dar cuerpo en ella su visión.”
Esa visión de la que habla Gomá, refiere que la vocación literaria debe contar con dos momentos: visión y misión. De todos lo ejemplos que cita, el que más llamó mi atención fue la de Marcel Proust, novelista francés que escribió una de las obras más importantes de la literatura del siglo XX, en la que recuerda su pasado, rescatando sensaciones que retratan su vida y a quien le sorprendió una visión unitaria del ciclo En busca del tiempo perdido en la biblioteca del hotel del príncipe de Guermantes mientras esperaba que terminase el concierto.
“Allí encadenó tres o cuatro ‘resurrecciones de la memoria’, dos losas desajustadas, el tintineo de una cuchara chocando contra un plato, la tiesura almidonada de una servilleta o el ruido estridente de una cañería –momentos del presente capaces de evocar recuerdos del pasado a los que la imaginación halla alguna analogía–, que produjeron en Proust la sensación felicísima de elevar a un plano supratemporal el tiempo perdido y por esa vía recuperarlo y rescatarlo de la muerte. Ese fue su ‘día más bello’ –confiesa en el último tomo de su obra–, aquel ‘en el que se alumbraban de pronto no solo los antiguos tanteos de mi pensamiento, sino hasta la finalidad de mi vida y acaso del arte.”
Sería muy importante apoyar desde la infancia a los hijos para que descubran a lo que les gustaría dedicarse, creo que con ello encontraríamos a más personas que verdaderamente amen lo que hacen.
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Cuantas personas han estudiado lo que no les gusta por el simple hecho de ser una tradición en la familia o porque el padre o la madre quieren cumplir sus sueños en los hijos y sólo resultan ser un fracaso como profecionistas. Totalmente de acuerdo contigo Thelma que a los hijos se les debe apoyar en lo que realmente quieran escoger y que puedan realizarse en un futuro.
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