
Por: Rodolfo Munguía Álvarez
¿A usted no le ha pasado, fabuloso lector, estar en pleno análisis de su vida y de pronto, notar que ese juicio que usted está haciendo, se debe a algo que usted aprendió en una fábula? Mi primer kínder, según recuerdo, se encontraba en la Ciudad de México y era muy pequeño, se llamaba Margarita Maza de Juárez, (según entiendo, ahora le pondrían “Margarita Eustaquia Maza Parada” en vez de su nombre de casada, pero en fin); de esa escuelita solo recuerdo que uno de los salones se encontraba en el espacio de lo que debió de haber sido un cuarto de servicio en la azotea, porque para llegar a él, teníamos que subir como tres pisos por una escalera metálica de caracol, ya saben, en los años setenta y ochenta ¡la seguridad era primero! De mi otro kínder tengo prácticamente solo dos recuerdos: el primero, los ensayos para un festival en donde yo salí de “Payasito” (no se burle, no se burle: sé de niños a los que les ha tocado disfrazarse de “tejocote”, de “matamoscas” o de “maraca”, para satisfacer la creatividad de sus queridas misses), y mis compañeros fueron los demás personajes mencionados en la canción de Cri-Cri: El baile de los juguetes. Mi traje de payasito, me lo confeccionó hand made mi madre y es, hasta la fecha, motivo de gran orgullo familiar porque le quedó “muuuy bonito” (según consta en la imagen de esta columna). El segundo recuerdo que tengo es que en esa escuela la “Miss” nos leía, cada día antes de la salida, una fábula diferente de un libro café titulado: Fábulas de Esopo. Lo importante de todo esto fue que a partir de ese entonces y hasta ahora, muchas de mis acciones las juzgo con base en fábulas, y en mi mente pienso: “no me vaya a pasar lo que a la cigarra”; “…se quedó como el perro de las dos tortas” o, “no importa que sea un ratón, yo puedo ayudar a ese león”, por mencionar algunas (seguramente leer esto le daría gusto hasta las lágrimas a aquella Miss que le leía fábulas a sus alumnitos, sin saber sí existía en ellos capacidad para entenderlas o incluso, para recordarles con el paso de los años). Y esto lo traigo a colación, porque la columna de esta semana es la número 52 y, al ser semanal, me da la impresión que he cumplido un año de entregas, incluso algunas a altas horas de la noche. Pues bien, en la moraleja de la fábula de Esopo “La liebre y la tortuga”, aprendimos que eran muy importantes la paciencia y la perseverancia de la tortuga; y que eran muy negativas la soberbia y negligencia de la liebre. Por ello, estas cincuenta y dos entregas han sido un buen reto que no puede ser comparado con el de Víctor Reyes Ferriz el fundador de Apertura Intelectual, quien con mucho ingenio, liderazgo y don de gentes ha hecho de esta plataforma una gran opción de entretenimiento sano para poder abrir nuestro criterio y sentido común. Regresando al punto, nunca es tarde para leer fábulas y espero que usted tenga la oportunidad de leérselas a los niños, porque créame, aprenderán mucho de ellas para el resto de la vida. Si quiere platicarme algo sobre lo anterior, o de qué lo disfrazaban de infante, espero sus comentarios en: lector.frecuente@gmail.com y, le invito a seguirme en mi Twitter: @GloopDr y más, si le gusta escribir.
¡A votre santé, monsieur!
Te invitamos a que califiques esta información.