
Por: Rodolfo Munguía Álvarez
¿A usted no le ha pasado, castrense lector, tratar de imaginar qué hubiera pasado de haber tomado alguna decisión distinta en su vida? Prácticamente, para mí esa pregunta ha sido una constante desde que era niño. Recuerdo que estando aún en primaria, durante unos días nos fuimos a dormir a la casa de mi adorada tía Estela Mayen, quien nos hizo el favor de cuidar mientras mis padres salieron de viaje, probablemente a Perú. En aquella ocasión, recuerdo haber tenido una plática tan corta como especial con mi tío Rafael, quien era miembro del ejército mexicano, dentro del Cuerpo de Guardias Presidenciales, después de haber egresado del Heroico Colegio Militar. En esa ocasión, mi tío me platicó con tanta pasión sobre su experiencia como cadete, que al finalizar la charla realmente consideré la opción de hacer una vida castrense, con honor, lealtad y patriotismo, pero, había ciertos aspectos que me frenaban, como la aparente poca flexibilidad que tienen los elementos militares para poder tomar decisiones tan simples, como de su vida personal y profesional, además, en aquel entonces acababa de leer un libro titulado: La ciudad y los perros, magistralmente escrito por el autor peruano y Premio Nobel de literatura ―entre muchos otros premios más―, Mario Vargas Llosa. Si la película Top Gun de 1986, protagonizada por Tom Cruise motivó a cientos, si no es que a miles de jóvenes alrededor del mundo (libre) a enrolarse en las fuerzas armadas, la lectura de este libro simplemente confirmó mi vocación de ser ―y hacer― cualquier otra cosa, excepto un cadete militar. Ya que ésta, la primera novela de Vargas Llosa, narra la vida de unos estudiantes que se encuentran internos en un colegio militar, en donde reciben educación bajo una estricta disciplina. Como suele pasar en esos años de secundaria, la vida de esos jóvenes se entrelazó, esta vez, alrededor del robo de un examen; y los compañeros del pequeño delincuente, comienzan a poner en marcha su sistema de valores, ya que para algunos es más importante la honestidad y por tanto, la alternativa de delatar a su compañero, y para otros, es más importante la amistad y el compañerismo. Seguramente usted recuerda, hace pocos años, cuando iba en primaria, situaciones como ésta, en donde el director de la escuela, acompañado del maestro, se paraba frente al grupo para decirnos que tenía que aparecer algún objeto perdido, o que el culpable de alguna fechoría, en un acto casi de suicidio y deshonor tenía que ponerse de pie para aceptar su culpabilidad frente a todos, pero, si esa persona no lo hacía y, sus compañeros no lo denunciaban, cometían un acto igual deplorable que el causante original del problema, así el libro. Pero obviamente nunca sabré qué hubiera pasado si yo hubiera decidido entrar en el H. Colegio Militar, aunque de lo que sí estoy seguro, es que mi vida hubiera sido completamente diferente. Ahora ya en edad adulta, veo a muchos jóvenes, entre ellos a mis hijos, tomar sus propias decisiones sobre ese tema que resultará sumamente trascendental para su vida: ¿a qué se dedicarán en el futuro? Pero, independientemente de su decisión, ahí estaremos los padres para ellos, en las buenas y en las mejores. Finalizo esta su columna agradeciendo, con admiración y respeto, a las mujeres y los hombres que integran nuestras fuerzas armadas quienes, a diferencia de aquellos ya lejanos años ochenta, libran grandes retos y ponen en riesgo su vida, por la de todos nosotros. Ya con esta me despido, no sin antes invitarle a escribirme con Apertura Intelectual a mi correo electrónico: lector.frecuente@gmail.com y a seguirme en Twitter como: @GloopDr, sobre todo, si le gusta escribir.
¡A votre santé, monsieur!
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