
Por: Rodolfo Munguía Álvarez
¿A usted no le ha pasado, querido lector, ir a cenar con la familia, por ejemplo, después de ir al cine, al teatro o a un concierto? Muchos directores de cine, de orquesta o teatro dicen que acostumbran a ir a los restaurantes cercanos, después de la función, y de forma incógnita se acercan a las mesas para escuchar lo que la gente platica después de ver o escuchar sus obras. Saben que fue un éxito cuando la gente está platicando sobre la parte que más les gustó, se ríen al comentar alguna escena o incluso, están tratando de averiguar entre todos qué es lo que acaban de presenciar, en donde cada quien da su propia interpretación desde su muy experto punto de vista. En mi caso esta experiencia fue muy común de niño, prácticamente a razón de más de una veintena de veces por año, porque en aquellos tiempos los fariseos (mis padres) procuraban llevarnos al cine, al teatro o a alguna sala de conciertos, como la Sala Ollin Yoliztli o el Auditorio Nacional. Al salir del evento, dependiendo del antojo de alguno de nosotros, nos invitaban a cenar a un café de chinos (si es que a los Bisquets Obregón se les puede llamar aún así), a alguna taquería o, si la obra lo ameritaba y la cartera lo permitía, a un buen restaurante. Ya saben, llega el mesero, nos pregunta por las bebidas y mi padre nos pedía dos aguas de horchata, una de jamaica y una Coca-Cola light; un chicharrón de queso, cebollitas (cambray) al carbón y quesos fundidos, para abrir boca antes de ordenar la cena, cena. Una vez alejado el mesero, alguien lanzaba la primera bola: “¿y qué les pareció la obra?”. “¡A mí me encantó! Esta es la vez que más he disfrutado El hombre de la mancha y, Susana Zabaleta como Dulcinea ¡nunca escucharemos a una mejor!” (y de hecho, nunca escuchamos una mejor). De pronto, si prestabas un poco de atención a las mesas de al lado, se podía escuchar: “¡cómo me hizo reír ese Sancho Panza!” o “Ay, pus dirán que qué inculto pero: yo no le entendí, ‘osea’ ¿el viejito soñó todo eso o, sí estaba loco?”. Un rato por demás memorable, cuando de pronto llega el mesero con todas las viandas: “Miren, les dejo sus cebollitas, su queso fundido, su chicharroncito y las bebidas…”. Mi padre, cual león alfa tomaba el mando y ordenaba por todos: “Joven, por favor tráiganos una gruesa de tacos al pastor (es decir, doce docenas ―bromeando, claro―), una gringa y dos tacos de bistec (beef steak) sin picar, por favor”. “Con gusto ―contestaba el mesero― pero ¿cuántos le traigo al pastor?”. “Dos órdenes, por favor”. “Hijos, una gruesa son doce docenas, pero yo creo que no me entendió”. Con esa misma iniciativa mi padre ordenaba en cualquier otro merendero o restaurante de la ciudad y a la menor provocación. Pasaron muchos años y ahora hemos repetido la misma receta. De hecho, justo hoy jueves fuimos a escuchar a la Orquesta Filarmónica de Toluca, magistralmente dirigida ―como siempre― por el cada vez más experimentado Maestro Gerardo Urbán y Fernández, quien interpretó en la Catedral de Toluca: “Le quattro stagioni”, mejor conocida como “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi. Lo bueno: la dirección, la calidad de la interpretación y la acústica celestial. Lo malo: pese al gran tamaño del recinto cristiano, a una buena parte de las personas, incluido mi cuarteto familiar, nos tocó escuchar, de pie. Al salir de la Catedral, sin haberlo puesto en la agenda, pero no por ello menos deseado, nos fuimos a cenar a un merendero. Para los que no son afines al término “merendero” les explico: “dícese de aquel lugar en donde uno va a merendar ―cenar―, normalmente en familia o con gente querida, en donde se sirven antojitos mexicanos, café o chocolate con pan de dulce” ―definición del autor―. Platicamos, recordamos, reímos: construimos los recuerdos de dos quienes algún día podrían ser promotores de ir a cenar después de un evento. Ya con esta me despido, no sin antes invitarle a escribirme con Apertura Intelectual si usted tiene alguna tradición familiar que me quiera compartir, en mi correo electrónico: lector.frecuente@gmail.com y lo invito a seguirme en Twitter como: @GloopDr, sobre todo, si le gusta escribir.
¡A votre santé, monsieur!
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