Icebergs color verde

Fuera de todas aquellas personas que han tenido un contacto no deseado o percance con un iceberg, los demás podrán asegurar que son estructuras majestuosas, bloques de hielo que se han desprendido de un glaciar y que gracias a la diferencia de densidades del agua entre el mar y el propio cuerpo de hielo es posible verlos flotar, tal como quedó demostrado gracias al «Principio de Arquímedes» y que podemos disfrutarlos en grandes cantidades en muchas regiones pero especialmente en la costa occidental de Groenlandia a 200 kilómetros del círculo polar ártico.
La composición de un iceberg es variada; sin embargo, la constante siempre será precisamente esa densidad, donde respecto al cuerpo de hielo es de 920 kg/m3 contra la del agua del mar que es de aproximadamente 1.030 kg/m3, por lo cual, solamente una pequeña parte es la que flota, de hecho, se ha calculado de manera reiterada que es el 89% del total del tamaño de cuerpo el que se encuentra sumergido, de tal suerte que lo que podemos visualizar flotando representa el 11%.
Cuando miramos imágenes de estos cuerpos de agua congelados, normalmente los podemos distinguir de color azul, blanco y algunas ocasiones transparentes, pero existen muchos que son de color verde esmeralda y esto se debe al óxido de hierro proveniente del polvo de roca de la parte continental de la Antártida; es decir, posterior al desprendimiento y mientras avanzan gracias a las corrientes marinas, el óxido de hierro que contienen facilita un excelente nutriente que es clave para el fitoplancton por lo que es de gran ayuda para el desarrollo de los ecosistemas marinos y oceánicos.
El color de cada iceberg dependerá de la composición química y cada uno proporciona diversos elementos mientras va en movimiento hasta derretirse, que gracias a los diferentes estudios e investigaciones que se han realizado podemos saber qué contienen y por su tamaño y rumbo qué zona será la que absorba estos elementos.
Les compartimos el estudio realizado por Stephen G. Warren, Collin S. Roesler, Richard E. Brandt y Mark Curran que fue publicado en la revista “Journal of Geophysical Research: Oceans” el pasado mes de febrero de 2019.
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