
POR: THELMA MORALES GARCÍA
Hace un par de meses comentaba con algunos compañeros escritores, sobre cómo sufrieron en su niñez muchos que llegaron –seguramente gracias a su inteligencia–, a ser grandes personajes de nuestra historia. En ese momento se habló de una prestigiosa psiquiatra alemana Alice Miller quien -derivado de esta situación-, escribió un libro que se titula “El drama del niño dotado”; en sus investigaciones logra dar un primer paso para que niños dotados de gran inteligencia recuperen su identidad.
“Para satisfacer las expectativas de sus padres y conseguir su afecto, muchos niños se ven impulsados a realizar esfuerzos desmesurados. Adoptan entonces el papel que los demás quieren que desempeñen, pero no se permiten expresar sus sentimientos: han perdido su identidad, es decir, toda relación con su verdadero <<yo>>, y en consecuencia sólo pueden manifestar sus sentimientos reprimidos mediante depresiones o comportamientos compulsivos.”
Algo que encontré en este libro y llamó mi atención, fue que nos dice: “…las vivencias traumáticas de toda infancia permanecen en la oscuridad. Ocultas en esas tinieblas permanecen asimismo las claves para la comprensión de toda vida ulterior.” Ello me hizo recordar que alguien muy cercano a mí, perdió a su madre en la niñez y prácticamente ha olvidado muchos de los eventos que le sucedieron, seguramente el trauma le hizo borrar lo malo, pero también borró lo bueno, es decir esa parte de su vida quedó oculta casi por completo.
Una película que se ha convertido una de mis favoritas es el Imperio del Sol, de Steven Spielberg, historia basada en la obra de J.G. Ballard, escritor inglés quien por medio de hipnosis tuvo que recordar los episodios traumáticos en su niñez en la Segunda Guerra Mundial, cuando su familia y él fueron llevados a un campo de concentración japonés. El protagonista en dicha película es el actor Christian Bale, quien interpreta a un niño inglés de clase alta que vive en Shangai y es llevado a un campo de concentración durante la invasión japonesa.
Uno de los casos que menciona Miller en este libro, es el del famoso director de cine sueco Ingmar Bergman, quien en alguna entrevista relató que en su infancia vivió una serie de humillaciones derivadas de que siendo niño mojaba sus pantalones, por ello su padre lo hacía vestir de rojo para que todos supieran lo que había hecho y tuviera que avergonzarse para no volverlo hacer.
También recordó que su hermano mayor era golpeado en la espalda por su padre, mientras él veía la flagelación, al estar hablando de este recuerdo lo hacía con total frialdad e indiferencia; aunque seguramente no sólo se refería a su hermano, pues es difícil pensar que si su padre golpeaba al hermano mayor, no le hiciera lo mismo a él, sin embargo parecía encubrir un recuerdo traumático. Por ello no nos debe sorprender lo que hizo él al realizar sus películas con temas de violencia; pues en gran medida es una forma de desplazamiento y renegación al hacer partícipe a los espectadores de los sentimientos rechazados por él mismo.
Por ello es muy importante indagar en los sentimientos de los niños, ser conscientes como adultos que lo que hagamos u obliguemos a nuestros propios hijos a estudiar algo que a nosotros nos agrada y que no nos fue permitido por nuestro propios padres, estemos contribuyendo a reprimir el verdadero yo de un niño y tal vez él lo haga en el futuro con sus propios hijos sin darse cuenta.
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