
POR: THELMA MORALES GARCÍA
Se dice que desde la infancia jugamos con todo lo que tenemos al alcance y con lo que imaginamos; desde el bebé que se divierte con una sonaja, hasta el niño que se emociona con ver volar un papalote. Son los juegos y juguetes quienes permiten acercarnos al conocimiento y son los primeros objetos de cultura. La propia cultura es como un juego que se manifiesta a través de la diversidad de objetos tan diversos, que nos permiten recrearnos y divertirnos.
Durante el tiempo que duró el mundo novohispano, fueron los naipes, juegos de mesa (Juego de la Oca y la Lotería), miniaturas, alfeñiques, los que predominaron. Para el siglo XIX y en plena efervescencia de la guerra de Independencia, los juguetes locales se combinarían con los importados como los de cuerda o muñecos con mecanismo; siguieron siendo muy populares lo juguetes de barro, madera, palma y pasta. Según algunos investigadores concluyen que los soldados de plomo, pasta o madera son quizá los juguetes que mejor expresaron la vida decimonónica de México.
En 1935 Rómulo Velasco realizó un estudio titulado “El niño mexicano entre la caridad y el Estado”, en cual refiere: “un poco inclinados a la guerra deben haber quedado nuestros chicuelos al consumarse la Independencia, dado que a comienzos del año de 1829 se publicó un bando de policía en que hablaba de ‘los escandalosos juguetes de los muchachos que se baten en las calles usando pequeñas piezas cargadas de munición”.
En esta época existían una gran variedad de soldados fundidos en moldes franceses o alemanes, sin embargo las batallas que se recreaban eran la terrible realidad de nuestro país de aquellos tiempos. Estos juguetes se adaptaban a la realidad mexicana, combinándose con espadas de cartón, cascos y caballitos de madera elaborados con moldes mexicanos y decorados con colores brillantes que no se acostumbraban en Europa.
Otro juguete que también dominó el siglo XIX, sin duda fueron las marionetas y títeres conocidos en esa época como “fantoches”, mismos que conformaban un pequeño teatro donde sus actores —dirigidos desde los cielos o los infiernos— donde se recreaban distintas situaciones de la vida misma. Hablar de la Compañía de los Rosete Aranda, es recordar la historia de nuestro país con aquellos títeres que entretenían a los niños de otros tiempos.
A fines del siglo XIX, en el diario “La República”, en donde encontramos lo escrito por Ignacio Manuel Altamirano sobre la gracia de los pequeños muñecos que eran manipulados en los teatrinos y que se presentaban en las calles de la ciudad de México.
Uno de los investigadores de juguetes mexicanos y que logró rescatarlos del olvido en 1930, fue el pintor Gabriel Fernández Ledesma, quien dibujó cada figura que elaboraban los artesanos para los niños, hermosos juguetes de brillantes colores quedaron plasmados en su libro “Juguetes mexicanos”, recientemente se editó nuevamente y donde el autor nos advierte: “El juguete mexicano, rudimentario y deficiente en sus aplicaciones científicas, pone en juego, no el ingenio físico, sino el dominio y habilidad manual respecto a la materia, supeditados siempre a un puro concepto de belleza.”
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