Por: Susana Dumit Garciarreal
A veces la vida te sacude en el momento menos esperado; después de tener años de estabilidad en la salud de mi niño, la semana pasada regresamos al hospital por día y medio, que en realidad no fue mucho tiempo y tampoco fue algo tan grave, aunque sin minimizar, todo en ellos puede convertirse en una situación crítica.
El pasar esos días en el hospital desde que ingresamos por urgencias, vinieron miles de recuerdos que he vivido durante 12 años con mi hijo, son olores, sensaciones, texturas que se quedan guardados en la memoria, y yo los tenía guardados en una caja bajo llave.
Lo primero que recordé fue cuando nació y las visitas al hospital durante un mes, ese olor es tan peculiar, los sonidos de las máquinas, las texturas de las telas que se ocupan en sábanas y batas hospitalarias, el ir y venir de las enfermeras, etc.
La segunda vez que estuvimos por más de 15 días en el hospital fue por una neumonía cuando tenía 5 añitos de edad, en esa ocasión sufrí mucho porque tuvimos que parar en el primer hospital pediátrico “Peralvillo” , donde podía estar con él durante todo el día pero por las noches no me permitían quedarme con él, a pesar de explicarles mil veces la condición de mi hijo, solamente fue una noche que no me moví de ahí porque una enfermera no le dio bien un anticonvulsivo, al amanecer las enfermeras me dijeron que no había podido dormir mi niño como esa noche en la que me quedé con él, me puse como león defendiendo a los suyos, les comenté que era impresionante que siendo médicos y enfermeras con conocimientos sobre discapacidad no me dejaran estar con él.
Insisto, hace falta especialistas más preparados para tratar a personas con discapacidad, por lo menos en cada hospital deberían de tener a un equipo especializado.
Para mí estos días han sido de reflexión sobre la vida misma y su fragilidad, no para tirarme en el piso sino para valorar la fortaleza, la valentía y el amor que mi hijo me da todos los días.
“Recuerda que algunas veces los milagros, son personas”
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