
Por: Rodolfo Munguía Álvarez
¿A usted no le ha pasado, nostálgico lector, recordar con cariño cuando salía a jugar con sus amigos a la calle? Después entrábamos a la casa a ver algo de tele. Nuestra mamá nos recibía y nos pedía de inmediato que nos laváramos las manos y se preguntaba día tras día, el por qué las teníamos tan negras. Corríamos al baño, nos lavábamos las manos y dejábamos la toalla toda gris, por hacerlo rápido para ir a ver las caricaturas: Los Picapiedra, Don Gato y su pandilla, El pájaro loco… En algunas ocasiones, cuando llegábamos ya nos habían ganado la tele y ya fuera nuestra mamá, abuelita, una tía o todas ellas se encontraban viendo alguna telenovela de aquel entonces. Tristes por haber perdido ese lugar frente a la pantalla chica, nos íbamos a nuestro cuarto para ver qué hacer. Muchos de los lectores que conozco me platican que justo ahí comenzó su afición por los libros. Hay quienes me cuentan que en su casa tenían pocos de ellos acomodados en un librero familiar o en la mesa de centro de su sala y que empezaron a leer con alguno que simplemente parecía para niños. Otros me platican que en sus casas había una cantidad regular libros y que de ellos elegían alguno para comenzar a leer. Y algunos otros, los menos, refieren que en su hogar había una gran cantidad de libros, por lo que la oferta era enorme. Pero el reto para todos no estaba en tomar el libro y sentarse a leer, sino comenzar a leer un libro que no te atrapaba del todo desde la primera página y hacer un esfuerzo por terminarlo. También existen los libros que no puedes soltar. Mi padre a ese fenómeno le llama “garra” y me decía que cuando un libro tiene “un algo” que hace que no puedas parar de leer, tiene “garra”, de hecho en esta columna ya les he platicado sobre muchos de los libros que me atraparon y no pude soltar. Pues un día le platiqué sobre esto una maestra de literatura y me respondió: “lo que me cuentas es patético y no podría estar más en desacuerdo. Si un libro es fácil de leer, significa que no le exige nada a tu mente y solo te tiene ahí, sin pedir ni aportarle nada a tu cerebro y eso no tiene chiste. La idea ―continuó― es leer un libro que no se entienda, que te tengas que regresar porque te has perdido en su lectura y que te obligue a leer otros libros, al menos el diccionario, para poderlo entender, para que al final te deje con la satisfacción de un logro…” la verdad, desde que dijo la palabra “mente” me perdió. Comencé a descalificarla, porque lo que ella me estaba diciendo eran los motivos por los cuales a ella le gustaba la lectura, pero esos gustos pueden diferir de persona a persona. Hay personas que les gusta leer sobre política, otros leen solo novelas románticas, unos más leemos preferimos las biografías y otros los de superación personal ―que hasta donde sé, es de los géneros más vendidos en el mundo―. Mi conclusión: no debía dejar que alguien me diga qué es lo que me debe de gustar, qué no y por qué. Lo que realmente nos gusta no podemos someterlo a debate (si es lícito, claro). Tengo un buen amigo que ama los libros de terror y otros amigos que solo leen sobre educación, por ejemplo y, obviamente los dos eligieron la lectura correcta, para ellos. La lectura debe ser más que un pasatiempo, debe ser goce, deleite, emoción, entusiasmo o, nada de ello; pero los lectores deben ser solo voluntarios y nada más. Hay días que estamos para leer algo simple, otras veces para leer algo fuerte, otras veces más, algo romántico y así, nuestro estado de ánimo nos va guiando sobre lo que nos apetece y esa es justo la idea. Cambiando de tema radicalmente, con esta columna número 80 me despido de Apertura Intelectual, no sin antes reconocer enormemente el esfuerzo que implica tener una plataforma de libre pensamiento y agradecer con el alma a su fundador, el gran Víctor Reyes el haberme abierto las puertas, y también le agradezco a usted por haberme dado una oportunidad de oro con su lectura… pero ya sabe: quedo a sus órdenes en lector.frecuente@gmail.com y le invito a seguirme en Twitter como @GloopDr, sobre todo, si le gusta escribir.
¡A votre santé, monsieur!
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Querido Rodolfo, te vamos a extrañar. Disfrutaba mucho tu columna porque tienes la cualidad de escribir de forma clara, amena y como si el propósito fuera dirigirla en especial a quien te lee. Sé que eres un hombre de letras y entre ellas nos seguiremos encontrando porque a quienes te leemos nos gusta cómo las acomodas y haces con ellas espejos donde podemos reflejarnos. Gracias. Abrazo con cariño.
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Estimado Rodolfo, no se los motivos que te lleven a dejar de escribir esta columna pero quiero agradecerte el tiempo que lo hiciste y las lecturas tan amenas e interesantes que nos compartiste. Te deseo lo mejor en lo nuevo que emprendas. Felicidades
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